Fernando Navarro
Fernando Navarro
Sáb, 07/12/2024 - 08:20
Firma invitada: Isabel Martos Maldonado

De unas décadas a esta parte, la medicina ha ido tomando caminos humanizadores e intenta volver a establecer la conexión con los pacientes, en lugar de centrar tanto el foco en la enfermedad como entidad independiente y desvinculada de la persona que la sufre.
De este modo, ha surgido una nueva tendencia –en cierto sentido, contrapuntística de la medicina basada en evidencias– que aboga por la medicina centrada en el paciente. La tendencia aspira a tomar en consideración el yo y sus circunstancias, y no atender solo a la entidad patológica sino también a todos esos aspectos biológicos, psicológicos y sociales de una persona que pueden influir en su enfermedad. Que la medicina esté centrada en el paciente implica, además, que este forme parte de la toma de decisiones, se involucre en la mejora de la seguridad de la atención sanitaria y adquiera consciencia de su responsabilidad para con su salud, para lo que se torna preciso capacitarlo, o, como refiere la OMS, empoderarlo; es decir, aportarle información para que adquiera los conocimientos necesarios a fin de mantener o recuperar su salud.
¿Cómo se consigue esto? En efecto, a través de la comunicación y el lenguaje.
Para que se produzca el acto de comunicación, el médico debe informar al paciente utilizando un código lingüístico que ambos comprendan. Se habla a menudo de que el lenguaje que caracteriza el acto comunicativo entre médico y paciente debe ser claro, estar exento de una sintaxis elaborada y, por supuesto, carecer de tecnicismos.
Y si bien estas características se me antojan claves en la comunicación oral, momentánea y volátil como es, me suscitan una actitud crítica si se han de aplicar a la comunicación escrita.
Una de las vías para la capacitación de los pacientes es la que constituye el género textual «información para pacientes». A este género pertenecen las guías, los folletos, los dossiers, pero también las páginas web y todos aquellos textos cuya finalidad consiste en informar y dotar de herramientas al paciente a fin de fomentar su educación en salud. En la redacción de estos textos, es crucial pensar continuamente en el perfil de nuestros pacientes, del mismo modo que en marketing es fundamental tener en cuenta el perfil de nuestros clientes. Ocurre, empero, que, en el caso que aquí nos ocupa, el perfil no está tan delimitado y la heterogeneidad está garantizada. El lector al que nos dirigimos puede no estar familiarizado con la terminología médica, pero puede que sí lo esté, y también puede que no lo esté, pero le interese estarlo. Sea como fuere, lo que sí es más que probable es que el paciente estará capacitado para comprender dicha terminología si se la explican.
¿Qué quiero decir con esto? 1) Que no debemos escribir para pacientes adultos como su escribiésemos para niños (este es otro capítulo). 2) Que no debemos confundir lenguaje claro con lenguaje simple. 3) Que no debemos omitir información por juzgarla incomprensible.
En todos estos casos, estaríamos poniendo en tela de juicio la capacidad intelectual de nuestro lector y podríamos estar provocando recelo y desconfianza. En la comunicación escrita para pacientes, pues, podemos mantener los tecnicismos, con su correspondiente desterminologización; es decir, explicándolos. No tenemos que sacrificar una sintaxis rica y cuidada y no deberíamos escatimar en ejemplos, referencias y fuentes que otorgarán credibilidad a nuestro texto y capacitarán de verdad a nuestros pacientes.
Para que lo anterior resulte aclaratorio, valga poner un ejemplo. Preste atención el lector al siguiente fragmento extraído de la Nueva gramática de la lengua española: «El que la posición temática de las prótasis resulte estadísticamente más frecuente que la remática no es arbitrario si se tiene en cuenta el papel semántico y pragmático de las condicionales como marco discursivo, punto de partida y operador que suspende o altera la referencia del contenido expresado en la apódosis» [RAE, 2019-2011].
Si no ha entendido mucho, querido lector, no se preocupe. Se trata de lenguaje especializado, del ámbito de la lingüística, y su inteligibilidad nada tiene que ver con su intelecto.
Lea, en cambio, a continuación: «Que la primera parte de una oración condicional suela ser la que comienza por “si” (la prótasis) no es coincidencia si se tiene en cuenta el significado y la función de las condicionales en una conversación. Esta primera parte crea un contexto, establece un escenario y modifica el contenido de la segunda parte de la oración (la apódosis)» [explicación propia]. Sin duda, este fragmento quedaría así más claro e igual de correcto en cuanto a contenido, gramática y sintaxis.
Con los tecnicismos médicos ocurre exactamente lo mismo. Que un paciente no alcance a dilucidar qué es la «correlación genotipo-fenotipo» no implica más que que no tiene formación en ciencias biomédicas. Seguro que entenderá sin titubeos que existe una «relación entre los genes y las características observables» de una persona y, a lo mejor, incluso le interesa cómo se denomina en la jerga médica. Recuérdese, por tanto, que el lector puede no ser especialista en medicina, pero lo será en otro ámbito y tendrá capacidad para entender lo que escribes, si se lo explicas.
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Isabel Martos Maldonado es traductora, máster e intérprete en el sector sanitario. Columna publicada originalmente en el blog «IMM Talks». Reproducida con autorización de la autora.
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