En aquella redacción del año 1989 imponía, por supuesto, Pedro J. Ramírez, que era el periodista que había arrastrado a un grupo de profesionales, muchos de ellos bisoños, a la incierta aventura de fundar un periódico. Era una redacción joven la de la calle Sánchez Pacheco, en la que los que pasaban de los 30 parecían ya veteranos. Entre los reclutados por el director había otro que también imponía, no sólo por su presencia física, que también, sino por su arrolladora y apabullante demostración de conocimientos sobre todo lo que se le ponía por delante.
Víctor de la Serna ha muerto este viernes a los 77 años de edad, cuatro días después de que un infarto le tumbara a las puertas de la que fue su casa periodística en los últimos 35 años, la sede del diario El Mundo. Estuvo acompañado de su familia hasta el final y escuchando sus canciones favoritas.
Víctor hizo nacer este periódico en la calle Sánchez Pacheco y, tras pasar por la calle Pradillo, ha muerto en él, en la avenida de San Luis.
En un artículo sobre la fundación de este periódico, Pedro J. recordaba cómo le captó para su proyecto: "Siempre había tenido un gran aprecio hacia Víctor porque -además de compartir la misma afición por el baloncesto- me parece un periodista con una formación de características muy anglosajonas que, tanto por su tradición familiar como por su experiencia como corresponsal en EEUU, tiene una visión muy moderna, cosmopolita y occidental del periodismo. Muy pocos días después de mi destitución coincidí con él en un almuerzo que se había organizado en la Asociación de la Prensa de Barcelona en torno al debate sobre la colegiación de los periodistas. En aquel viaje le hablé a Víctor de un proyecto que entonces parecía una quimera -un periódico controlado por los profesionales-, y él se prestó desde el principio a colaborar en los trabajos preparatorios e incluso a fichar por el periódico, si llegaba a salir adelante. Pensé que Víctor era la persona idónea para, entre otras cosas, llevar las relaciones internacionales del periódico, porque además de hablar perfectamente varios idiomas, tiene muchos contactos en el extranjero, dentro de lo que es el establishment periodístico occidental".
Hay muchas afirmaciones en el párrafo anterior que definen a Víctor de la Serna. La más importante es que hoy, como hace 35 años, seguía debatiendo sobre el pasado, el presente y el futuro de esta profesión a la que ha dedicado su vida. Su último artículo en el periódico, el pasado domingo, comenzaba con esta pregunta: ¿Cómo determinar quién es un verdadero periodista?
"No hay periodismo sin democracia, no hay democracia sin periodismo" (Víctor de la Serna)
A esta pregunta daba alguna respuesta el propio Víctor en una reciente charla dentro del proyecto Periodismo 2030: "La gente está confundiendo el periodismo con otra cosa. Para muchos, un periodista ahora es un señor que sale charlando de cualquier tema en un programa de televisión. Esta percepción se ha instalado en la sociedad y hace difícil que la profesión recupere el prestigio que tenía". Pero él seguía confiando: "Si la democracia subsiste, subsistirá el periodismo, pero también si no hay información verdadera no subsistirá la democracia. No hay periodismo sin democracia, no hay democracia sin periodismo".
Víctor, efectivamente, nació y se crio entre periodistas. Era bisnieto de la escritora Concha Espina, su abuelo fue periodista, Víctor de la Serna y Espina, también su padre y su tío, Víctor y Jesús de la Serna Gutiérrez-Répide, y su madre, Nines Arenillas, fue cronista gastronómica. Tantos antepasados en la profesión no cabían en uno solo y, por eso, Víctor se tuvo que clonar: fue, además del propio Víctor de la Serna, el implacable crítico gastronómico Fernando Point y el apasionado analista deportivo, en general, y de baloncesto, en particular, Vicente Salaner.
En este periódico, además de todo lo anterior, fue mucho más. Fue adjunto al director hasta 2012 y responsable de las relaciones internacionales y, en los primeros años, editor del suplemento de Comunicación, el auténtico referente en la prensa española de lo que se movía en los medios nacionales e internacionales. Pese a haber obtenido por tres veces el Premio Nacional de Gastronomía, el título que con más orgullo lucía era el de primer español graduado en un máster por la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Con un padre, además de periodista, diplomático, estudió en Ginebra, en el Liceo Francés de Nueva York y Derecho en la Universidad Complutense de Madrid.
Los inicios de su carrera profesional también le tenían muy marcado. El diario Informaciones, en el que trabajó durante una década, era un referente al que recurría con frecuencia en sus columnas sobre periodismo. Sin ir más lejos, la semana pasada, cuando citaba que la Ley de Prensa de Fraga hizo posible la aparición, en pleno franquismo, de un periodismo prodemocrático en aquel diario de la tarde. Allí fue corresponsal en Estados Unidos, en pleno caso Watergate, y después jefe de la sección de local y redactor jefe. Tras su paso por la jefatura de prensa de la Asociación de Editores Españoles (AEDE), recaló en el diario El País, de allí a Diario 16, antes de unirse al equipo fundacional de El Mundo. Importante: escribió el Libro de Estilo de este periódico, también su actualización y, aunque él sabía que le hacía falta otra, sus capítulos sobre la práctica y la ética profesionales siguen siendo de una vigencia necesaria.
"Era un yonki de su trabajo, aunque a él no le hubiera gustado que se le calificara así" (Rafael Moyano)
En la redacción ya no tenía mesa ni despacho, pero estaba tan presente en el periódico como lo estuvo desde el primer día. Tiras de la hemeroteca de los últimos diez días, y ahí está Víctor de la Serna con su Hojeando/Zapeando, su Indiano en Chamberí o Las calles, de Répide a hoy; Fernando Point con sus críticas gastronómicas en Metrópoli (antes, La mesa y el mantel); o Vicente Salaner entrando Hasta la cocina en su análisis del inicio de la temporada ACB de baloncesto; sin olvidar que era uno de los autores de la newsletter que resume diariamente la prensa internacional, Cinco temas del día, la más valorada por los suscriptores de El Mundo.
Venía de vez en cuando por San Luis, donde mantenía algunas actividades. Era secretario del jurado los Premios Internacionales de Periodismo de EL MUNDO y siempre estaba dispuesto para atender a los premiados en el idioma que fuera necesario porque, entre sus virtudes, se incluía la de políglota de altísimo nivel. El corresponsal de The Guardian, John Hooper, que trabajaba para su periódico desde la redacción de El Mundo en aquellos primeros años, siempre decía que hablaba mejor inglés y con mejor acento que él.
Víctor sabía de todo y mucho. Aún le recuerdo, ante una mesa de luz y mientras yo elegía diapositivas para un reportaje sobre coches de carreras históricos, discutiendo con el experto en motor del periódico sobre uno y otro piloto, sobre uno y otro bólido. Era difícil apostar sobre quién sabía más, y allí les dejé. Era un yonki de su trabajo, aunque a él no le hubiera gustado que se le calificara así. A la pregunta, en una entrevista en este periódico de si se definía como crítico gastronómico, respondió así: "Me defino como periodista. Y en mi actividad como columnista soy crítico. No solo de gastronomía, también de deportes. Soy anglófono y no me gustan ni los influencers, ni los foodies ni los instagramers. Son coletillas."
Se quejaba últimamente de que los grandes medios que sobreviven lo hacen con muchos menos periodistas, porque no pueden soportar los gastos de antaño. Y entendía, sobre el tema de las suscripciones digitales, que lo difícil es convencer de que lo que ofreces es diferente. Al papel le daba diez años más de vida y, sobre internet, creía que al principio no se había entendido bien su utilidad y que no había casado como debería haberlo hecho con la información.
De los errores y de las erratas en los periódicos de papel sólo cabía llevarse las manos a la cabeza, lamentarse y, si eran muy gordas, rectificarlas al día siguiente. Eso lo llevaba muy mal. Víctor era implacable con esos errores y esas erratas, aunque le incendiaran más los primeros. Víctimas de su insistencia, pero sobre todo beneficiarios porque en la web sí los pueden corregir, han sido los editores de elmundo.es. Siempre atento a la información, a cualquier hora y en cualquier día, sus correos a la redacción advertían de los fallos que ahora ya tenían solución, aunque él no los disculpaba ni por las urgencias de internet. Desde el respeto a un gran periodista, solo espero que en estas líneas no los encuentre.
Fue un maestro del periodismo español cuyo trabajo destacó en numerosas áreas, de la información internacional a la gastronómica y deportiva. Off Rafael Moyano Off